Friday, May 9, 2008

CUBA

Por ahí vino un amigo a decirme que le han dejado una marca. –Que me marcaron el corazón, compadrito –me ha dicho y se ha abierto la camisa. Y yo, que tanto odio los clichés, le he creído y hasta me he preocupado. Mi amigo se ha abierto la camisa y me ha enseñado el pecho abierto, las carnes separadas y un esternón fracturado dentro del que late un corazón con una cicatriz en forma de pájaro negro, ¿o es negra la cicatriz y tiene forma de pájaro?
Yo le dije que no fuera loco, que no vaya por ahí enseñándolo todo con esa impúdica indecencia. Pero él me ha dicho que es importante que la gente sepa, por si les pasa, que tiene miedo, que no duerme pensando en que al corazón le crezcan alas y se le vaya la vida, volando.
Le he aconsejado a mi amigo que se cierre el pecho y siga adelante, le he contestado palabras sabias, le he dado mi erudita y sensible opinión sobre la no existencia de corazones volantes: pero hay algo extrañamente conocido en el músculo, algo familiar, como esas muertes lejanas que nos relacionan a los sufridos y a los románticos, que hace que mis oraciones suenen falsas, que mis brillantes soluciones suenen ridículas.
Me le he quedado mirando a mi amigo y le he dicho que la única explicación es que su corazón sea esta isla, y que tiene que estar preparado para marcharse a cualquier parte y en cualquier momento.